Anuario 2024 - 2025

COLEGIO STO. TOMÁS DE VILLANUEVA | agustinosvalencia.com 120 E n los últimos tiempos hemos visto que la adversidad no es una excepción, sino una condición con la que convivimos. Por des- gracia hemos sido tes- tigos todos, con mayor o menor intensidad, de una pandemia o una Dana en las que hubo no solo pérdi- das materiales sino y mucho más importantes pérdi- das personales. Durante esos dos trágicos periodos, la comunidad educativa estrechó lazos para intentar acompañar y amortiguar el sufrimiento especial- mente de los que lo vivieron más de cerca. En este sentido, hemos aprendido el valor que tiene estar juntos y la comunidad se revela no como un simple escenario, sino como una fuente activa de consuelo, de resistencia y de sentido. Ya Aristóteles, unos de los primeros pensadores occidentales, nos enseñó que el ser humano es un zoón politikón, un ser que solo puede realizarse plenamente en relación con los demás. No somos autosuficientes. Necesitamos del otro para pensar, para crecer y tal y como hemos vivido para sanar, algo que se hace patente no solo en estos periodos tan abrumadores para todos sino en cada pérdida personal, emocional o académica. Muchas veces reclamamos a los más jóvenes crite- rio propio y personalidad, pero no debemos dejar de valorar la prioridad que dan a la amistad en tiempos en los que crece la individualidad y la soledad. San Agustín en sus Confesiones escribe : “No hay verda- dero consuelo si no es en los otros” Este consuelo no es simplemente emocional, sino existencial: so- mos seres que buscan en la amistad, en la cercanía o en la comunidad la verdadera esencia, la cual no se construye sola sino en diálogo con otros. Así pues, si nos remitimos al colegio como comuni- dad educativa, en ella no solo se aprende matemáti- cas o lengua sino a convivir. Como jefa de estudios, me toca ver muchas veces las tensiones y desafíos que surgen en la convivencia diaria. Pero también tengo el privilegio de presenciar la solidaridad que brota con naturalidad entre los miembros de toda la comunidad educativa: docentes que se ayu- dan y se preocupan por sus compañeros o que se vuelcan con su alumnado para el propio bienestar de este, alumnos que se organizan para ayudar a quienes más lo necesitan, fa- milias que ofrecen apoyo incluso cuando ellas mismas atraviesan momentos difí- ciles. Todo ello se escenifica además a los ojos de todos cada vez que celebramos en el colegio campañas y actos de solidaridad en los que compartimos voluntariamente nuestro tiempo y esfuerzo con otros. Estos actos no son excepcio- nales, sino profundamente humanos. Revelan una verdad que a veces olvidamos en sociedades centra- das en el individualismo: que el bienestar propio está inevitablemente ligado al bienestar de los demás. Frente a la tentación de encerrarnos en lo propio — en los resultados, en los objetivos individuales —, la comunidad educativa tiene la posibilidad de mos- trar otro camino: el del cuidado de uno mismo y del otro pues es en la comunidad donde nos hacemos y donde realmente encontramos consuelo. Cuando San Agustín nos dice “Ama y haz lo que quieras” es realmente una llamada a la responsabilidad. Por eso, cuando hablamos de comunidad, no hablamos de una estructura administrativa o de una reunión oca- sional. Hablamos de una forma de estar en el mundo. Educar no es solo transmitir contenidos, sino gene- rar vínculos, enseñar a vivir con otros y ese convi- vir con otros nos impone una responsabilidad con el otro. Es en esta línea en el que el filósofo Emmanuel Lévinas afectado por la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración en los que gran parte de su familia perdió la vida, nos recuerda que nues- tra responsabilidad con el otro no es algo que po- damos delegar o que emerja de manera contractual sino más bien es una responsabilidad ética que se impone de manera absoluta. La comunidad pues no es una masa fruto de la producción y consumo sino un vínculo ético. La educación, por tanto, debe ser entendida como una pedagogía del encuentro, un proceso que forma no solo mentes críticas, sino también corazones in- quietos. En el aula y en el centro educativo, en la con- vivencia de toda la comunidad educativa, cada inte- racción es una oportunidad para practicar el cuidado, para fortalecer los lazos que nos sostienen y para preparar a nuestros estudiantes para un mundo don- de la incertidumbre es una constante. La adversidad no se supera en soledad, sino en compañía. Amaya Martínez Hervás Jefe de Estudios de Secundaria La Comunidad como abrigo ante la adversidad

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzk1